Tu respiración es como la brisa que humedece la tierra, despierta la vida desde las raíces, allá, en lo más profundo de mi ser. Nosotros no hacemos el amor, hacemos magia; podemos elevarnos al cielo de una noche estrellada sin dejar de estar entre estas cuatro paredes, podemos convertirnos en fuego, incendiar nuestra alma sin decir nada más que mirarnos, tú a mí, y yo a ti.
No sólo es tener sexo, es fusionarnos, es un intercambio de energía que le da un nuevo significado a la vida. Y es claro el riesgo, porque aspirar tu alma entre mis labios resulta ser un vicio, una droga, y quiero consumirte una y otra vez. Que las yemas de tus dedos corran por mi piel imperfecta, así como corren por un mapa cuando estás perdido, y que conozcan mis sierras y cordilleras, alturas bajas y altas, que corran en todos los puntos cardinales.
Una vez más voy a dejar mi ropa caer, voy a soltar mi cabello y poco a poco me quiero enredar contigo entre estas sábanas blancas, mientras la realidad rebasa a la mejor imaginación obscura; poco a poco quiero perder la cordura, entregarme de nuevo a ti porque no soy nada más que tuya. Y entonces, la fricción de nuestros cuerpos se convierte en el epicentro de un terremoto que sacude el frío, la cama, las dudas, porque de frente, me tienes, envuelta en mis latidos que van deprisa si te acercas, que se apagan cuando te alejas.
Tengo un sin fin de cosas que decirte, pero mejor te las hago, a caricias, a besos, desaparezco tu ropa y aparezco en tu cama.
No hay mejor manera de expresarlo
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