En estos días, que todo el mundo va a lo suyo y mira de reojo al compañero, que parece que nadie ayuda al que tiene al lado no vaya a ser que saque provecho o que incluso perjudica a su compañero para su propio beneficio, me pareció interesante y oportuno el siguiente cuento de Jorge Bucay. Ojalá fuera tan fácil abrir los ojos a tantas personas... Ojalá la gente fuera más libre de ayudar al prójimo sin esperar nada a cambio y viese lo reconfortante que es esa mirada agradecida, que es más que cualquier dinero...
Había
una vez, en un reino muy lejano y perdido, un rey al que le gustaba
sentirse poderoso. Su deseo de poder no se satisfacía sólo con
tenerlo, él, necesitaba además, que todos lo admiraran por ser
poderoso, así como la madrastra de Blanca Nieves no le alcanzaba con
verse bella, también él necesitaba mirarse en un espejo que le
dijera lo poderoso que era.
Él
no tenía espejos mágicos, pero contaba con un montón de cortesanos
y sirvientes a su alrededor a quienes preguntarle si él, era el más
poderoso del reino.
Invariablemente
todos le decían lo mismo:
- Alteza, eres muy poderoso, pero
tú sabes que el mago tiene un poder que nadie posee: Él, él conoce
el futuro. (En aquel tiempo, alquimistas, filósofos, pensadores,
religiosos y místicos eran llamados, genéricamente “magos”).
El
rey estaba muy celoso del mago del reino pues aquel no sólo tenía
fama de ser un hombre muy bueno y generoso, sino que además, el
pueblo entero lo amaba, lo admiraba y festejaba que él existiera y
viviera allí.
No
decían lo mismo del rey.
Quizás
porque necesitaba demostrar que era él quien mandaba, el rey no era
justo, ni ecuánime, y mucho menos bondadoso.
Un
día, cansado de que la gente le contara lo poderoso y querido que
era el mago o motivado por esa mezcla de celos y temores que genera
la envidia, el rey urdió un plan:
Organizaría
una gran fiesta a la cual invitaría al mago y después la cena,
pediría la atención de todos. Llamaría al mago al centro del salón
y delante de los cortesanos, le preguntaría si era cierto que sabía
leer el futuro. El invitado, tendría dos posibilidades: decir que
no, defraudando así la admiración de los demás, o decir que sí,
confirmando el motivo de su fama. El rey estaba seguro de que
escogería la segunda posibilidad. Entonces, le pediría que le
dijera la fecha en la que el mago del reino iba a morir.
Éste
daría una respuesta, un día cualquiera, no importaba cuál. En ese
mismo momento, planeaba el rey, sacar su espada y matarlo.
Conseguiría con esto dos cosas de un solo golpe: la primera,
deshacerse de su enemigo para siempre; la segunda, demostrar que el
mago no había podido adelantarse al futuro, y que se había
equivocado en su predicción. Se acabaría, en una sola noche. El
mago y el mito de sus poderes…
Los
preparativos se iniciaron enseguida, y muy pronto el día del festejo
llegó…
…Después
de la gran cena. El rey hizo pasar al mago al centro y ante le
silencio de todos le preguntó:
-
¿Es cierto que puedes leer el futuro?
-
Un poco – dijo el mago.
-
¿Y puedes leer tu propio futuro, preguntó el rey?
-
Un poco – dijo el mago.
-
Entonces quiero que me des una prueba - dijo el rey – ¿Qué
día morirás?. ¿ Cuál es la fecha de tu muerte?
El
mago se sonrió, lo miró a los ojos y no contestó.
-
¿Qué pasa mago? - dijo el rey sonriente – ¿No lo sabes?…
¿no es cierto que puedes ver el futuro?
-
No es eso - dijo el mago – pero lo que sé, no me animo a
decírtelo.
-
¿Cómo que no te animas? – dijo el rey-… Yo soy tu soberano y te
ordeno que me lo digas. Debes darte cuenta de que es muy importante
para el reino, saber cuando perdemos a sus personajes más eminentes…
Contéstame pues, ¿cuándo morirá el mago del reino?
Luego
de un tenso silencio, el mago lo miró y dijo:
-
No puedo precisarte la fecha, pero sé que el mago morirá
exactamente un día antes que el rey…
Durante unos
instantes, el tiempo se congeló. Un murmullo corrió por entre los
invitados.
El
rey siempre había dicho que no creía en los magos ni en las
adivinaciones, pero lo cierto es que no se animó a matar al mago.
Lentamente
el soberano bajó los brazos y se quedó en silencio…
Los
pensamientos se agolpaban en su cabeza.
Se dio cuenta de que
se había equivocado.
Su odio había sido el peor consejero.
-
Alteza, te has puesto pálido. ¿Qué te sucede? – preguntó el
invitado.
-
Me siento mal – contestó el monarca – voy a ir a mi
cuarto, te agradezco que hayas venido.
Y con un gesto
confuso giró en silencio encaminándose a sus habitaciones…
El
mago era astuto, había dado la única respuesta que evitaría su
muerte. ¿Habría leído su mente?
La
predicción no podía ser cierta. Pero… ¿Y si lo fuera?… Estaba
aturdido. Se le ocurrió que sería trágico que le pasara algo al
mago camino a su casa.
El
rey volvió sobre sus pasos, y dijo en voz alta:
- Mago,
eres famoso en el reino por tu sabiduría, te ruego que pases esta
noche en el palacio pues debo consultarte por la mañana sobre
algunas decisiones reales.
-
¡ Majestad!. Será un gran honor… – dijo el invitado con una
reverencia.
El
rey dio órdenes a sus guardias personales para que acompañaran al
mago hasta las habitaciones de huéspedes en el palacio y para que
custodiasen su puerta asegurándose de que nada pasara…
Esa
noche el soberano no pudo conciliar el sueño. Estuvo muy inquieto
pensando qué pasaría si el mago le hubiera caído mal la comida, o
si se hubiera hecho daño accidentalmente durante la noche, o si,
simplemente, le hubiera llegado su hora.
Bien
temprano en la mañana el rey golpeó en las habitaciones de su
invitado.
Él
nunca en su vida había pensado en consultar ninguna de sus
decisiones, pero esta vez, en cuánto el mago lo recibió, hizo la
pregunta… necesitaba una excusa.
Y
el mago, que era un sabio, le dio una respuesta correcta, creativa y
justa.
El
rey, casi sin escuchar la respuesta alabó a su huésped por su
inteligencia y le pidió que se quedara un día más, supuestamente,
para “consultarle” otro asunto… (obviamente, el rey sólo
quería asegurarse de que nada le pasara).
El
mago – que gozaba de la libertad que sólo conquistan los
iluminados – aceptó…
Desde entonces todos los días,
por la mañana o por la tarde, el rey iba hasta las habitaciones del
mago para consultarlo y lo comprometía para una nueva consulta al
día siguiente.
No
pasó mucho tiempo antes de que el rey se diera cuenta de que los
consejos de su nuevo asesor eran siempre acertados y terminara, casi
sin notarlo, teniéndolos en cuenta en cada una de las decisiones.
Pasaron
los meses y luego los años.
Y como siempre… estar cerca
del que sabe vuelve el que no sabe, más sabio.
Así fue: el
rey poco a poco se fue volviendo más y más justo.
Ya no
era despótico ni autoritario. Dejó de necesitar sentirse poderoso,
y seguramente por ello dejó de necesitar demostrar su poder.
Empezó
a aprender que la humildad también podía ser ventajosa empezó a
reinar de una manera más sabia y bondadosa.
Y
sucedió que su pueblo empezó a quererlo, como nunca lo había
querido antes.
El rey ya no iba a ver al mago investigando
por su salud, iba realmente para aprender, para compartir una
decisión o simplemente para charlar, porque el rey y el mago habían
llegado a ser excelentes amigos.
Un
día, a más de cuatro años de aquella cena, y sin motivo, el rey
recordó.
Recordó aquel plan aquel plan que alguna vez
urdió para matar a este su entonces más odiado enemigo
Y
sé dio cuenta que no podía seguir manteniendo este secreto sin
sentirse un hipócrita.
El rey tomó coraje y fue hasta la
habitación del mago. Golpeó la puerta y apenas entró le dijo:
-
Hermano, tengo algo que contarte que me oprime el pecho
-
Dime – dijo el mago – y alivia tu corazón.
-
Aquella noche, cuando te invité a cenar y te pregunté sobre tu
muerte, yo no quería en realidad saber sobre tu futuro, planeaba
matarte y frente a cualquier cosa que me dijeras, porque quería que
tu muerte inesperada desmitificara para siempre tu fama de adivino.
Te odiaba porque todos te amaban… Estoy tan avergonzado…
-
Aquella noche no me animé a matarte y ahora que somos amigos, y más
que amigos, hermanos, me aterra pensar lo que hubiera perdido si lo
hubiese hecho.
Hoy he sentido que no puedo seguir
ocultándote mi infamia.
Necesité decirte todo esto para
que tú me perdones o me desprecies, pero sin ocultamientos.
El
mago lo miró y le dijo:
– Has
tardado mucho tiempo en poder decírmelo. Pero de todas maneras, me
alegra, me alegra que lo hayas hecho, porque esto es lo único que me
permitirá decirte que ya lo sabía. Cuando me hiciste la
pregunta y bajaste tu mano sobre el puño de tu espada, fue tan clara
tu intención, que no hacía falta adivino para darse cuenta de lo
que pensabas hacer, – el mago sonrió y puso su mano en el hombro
del rey. – Como justo pago a tu sinceridad, debo decirte que yo
también te mentí… Te confieso hoy que inventé esa absurda
historia de mi muerte antes de la tuya para darte una lección. Una
lección que recién hoy estás en condiciones de aprender,
quizás la más importante cosa que yo te haya enseñado nunca.
Vamos
por el mundo odiando y rechazando aspectos de los otros y hasta de
nosotros mismos que creemos despreciables, amenazantes o inútiles…
y sin embargo, si nos damos tiempo, terminaremos dándonos cuenta de
lo mucho que nos costaría vivir sin aquellas cosas que en un momento
rechazamos.
Tu
muerte, querido amigo, llegará justo, justo el día de tu muerte, y
ni un minuto antes. Es importante que sepas que yo estoy viejo, y que
mi día seguramente se acerca. No hay ninguna razón para pensar que
tu partida deba estar atada a la mía. Son nuestras vidas las que se
han ligado, no nuestras muertes.
El
rey y el mago se abrazaron y festejaron brindando por la confianza
que cada uno sentí en esta relación que habían sabido construir
juntos…
Cuenta
la leyenda… que misteriosamente… esa misma noche… el
mago… murió durante el sueño.
El rey se enteró de la
mala noticia a la mañana siguiente… y se sintió desolado.
No
estaba angustiado por la idea de su propia muerte, había aprendido
del mago a desapegarse hasta de su permanencia en el mundo.
Estaba
triste, simplemente por la muerte de su amigo.
¿Qué
coincidencia extraña había hecho que el rey pudiera contarle esto
al mago justo la noche anterior a su muerte?.
Tal
vez, tal vez de alguna manera desconocida el mago había hecho que él
pudiera decirle esto para quitarle su fantasía de morirse un día
después.
Un
último acto de amor para librarlo de sus temores de otros
tiempos…
Cuentan que el rey se levantó y que con sus
propias manos cavó en el jardín, bajo su ventana, una tumba para su
amigo, el mago.
Enterró
allí su cuerpo y el resto del día se quedó al lado del montículo
de tierra, llorando como se llora ante la pérdida de los seres
queridos.
Y recién entrada la noche, el rey volvió a su
habitación.
Cuenta
la leyenda… que esa misma noche… veinticuatro horas después de
la muerte del mago, el rey murió en su lecho mientras dormía…
quizás de casualidad… quizás de dolor… quizás para confirmar
la última enseñanza del maestro.
Autor: Jorge
Bucay