jueves, 4 de julio de 2013

Agua para elefantes

“Cuando yo era chico me llamaba la atención el elefante de los circos. Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de su peso, tamaño y fuerza descomunal... pero después de su actuación, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo, un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.
¿Qué lo mantiene prisionero entonces? ¿Por qué no huye? Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan?
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño. Cerré los ojos y me imaginé al elefante, toda su vida sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en algún momento de su vida el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo.
La estaca era demasiado fuerte para él. Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía...
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a sus destino. Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree –pobre– que NO PUEDE.
Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.
Nosotros las personas, al igual que el elefante, vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad... condicionados por el “No puedo” o el “No debo”.
Tu única manera de saber tu fuerza, es intentar de nuevo poniendo en el intento todo tu corazón”
JORGE BUCAY, «Recuentos para Demián»


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