Un joven matrimonio acababa de estrenar una casa. Era de madera, de dos plantas y rodeada de un bonito jardín. A todo el mundo le sorprendía desde la misma puerta de entrada la visión de una preciosa escalera de roble. No es que fuera muy suntuosa, pero sí que era muy hermosa y sólida. Y todos los que visitaban a la pareja hacían algún comentario de admiración, algunos por mera cortesía y otros de forma sincera.
Aquella tarde habían invitado a cenar a un grupo de familiares entre los que había uno aficionado a la ebanistería. Era una de esas personas algo desagradables que parece que saben de todo. Se acercó a la escalera y comenzó a examinarla con sumo cuidado y detenimiento. Al cabo de un rato sonrió como si hubiera descubierto que era incluso mejor de lo que él esperaba. Pero en lugar de un elogio, espetó:
- ¡Esto es inadmisible!. Vengan. Ni me imagino lo que habrá podido costar esta escalera y fíjense, ¡en este escalón no tuvieron la precaución de disimular la cabeza de los clavos!.
La pareja se acercó y miraron con cuidado, pero no pudieron ver nada a simple vista. Pasaron la mano por el escalón y notaron efectivamente que la minúscula cabeza de uno de los clavos no había sido cubierta.
El tipo aquel tenía razón, pero al mismo tiempo estaba equivocado. El sólo se fijó en las minúsculas cabezas de los clavos y le faltó tiempo para contemplar la belleza de la escalera. Buscando el pequeño fallo se olvidó de la maravilla del conjunto. Se fijó exclusivamente en una parte insignificante comparada con la superficie total.
¿Cuantas veces somos así, y únicamente vemos los clavos en vez de la espléndida escalera de la vida? ¿Cuantas veces nos convertimos en ese visitante fanfarrón y en vez de enfocar nuestra actividad en las virtudes, en lo positivo, asumiendo lo mejorable y tratando de cambiarlo, ponemos el foco en el peligroso agujero de "lo negativo"?
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