Mientras soñaba Un espacio para compartir todo aquello que se me pase por la cabeza. Pensamientos, viajes, naturaleza, cocina, moda, música... ¡Anímate a soñar conmigo!

sábado, 28 de febrero de 2015

Champiñones al horno de Dani y Marta Pando

Esta es una recetina que nos dijeron nuestros amigos Marta y Dani que era super sencilla y que les gustaba mucho.Por los ingredientes que tenía encajaba con el comisquis de mi marido o sea que lo tenía todo para entrar en mi cocina y en este blog... Es más bien un entrante o una comida cuando no quieras llenarte demasiado, y ... ¡Están de chuparse los dedos!


Ingredientes:
250 gramos de champiñones.
100 gramos de jamón serrano.
4 dientes de ajo.
Perejil.
Sal.
Aceite de oliva virgen extra.

Preparación:
Precalentamos el horno a 200 º C y mientras tanto vamos limpiando bien los champiñones, se les quita el rabo y se pica este último mucho, depositándolo en un recipiente aparte. 






En un bol añadimos el ajo, el jamón y el perejil bien picado, añadiéndole poco a poco aceite de oliva y mezclándolo, para que vaya tomando el sabor.Cuando está todo mezclado se coloca un poco en cada champiñón.





Tras esto, se meten al horno durante 25 minutos a 200 grados y ya están listos para comer. En mi caso me olvidé de echarle la sal, pero con la que lleva el propio jamón creo que es más que suficiente, quedó perfecto. Ya veréis como es un bocado excelente y muy fácil de cocinar.



Como siempre os digo, creo que cualquiera puede hacerla dada la sencillez de la misma, ¡animaros!
Espero vuestros comentarios, ¡anímate a soñar conmigo!


miércoles, 25 de febrero de 2015

Rosquillas de limón y anís

Hoy os traigo otra de las recetas clásicas, clásicas... a mi me recuerdan frías tardes de invierno con el cafetín o el chocolate y unas buenas rosquillas para merendar... estas son las típicas, las rosquillas fritas, que también son muy típicas y tradicionales en la Semana Santa que pronto llega. 

Ingredientes
3 huevos
150 gr de mantequilla o margarina
2 vasos (de vino) con leche fría
la corteza de un limón rallado
2 cucharadas de levadura en polvo
3 cucharadas soperas de anís dulce
4 cucharadas soperas de azúcar
Harina, lo que admita, en mi caso sobre 600 gr
Aceite

Elaboración

En una fuente honda se añaden los huevos, la mantequilla derretida, la leche, la ralladura del limón, la levadura, el anís y el azúcar. 




Se remueven bien todos estos ingredientes para que se vayan integrando y formando una masa homogénea. 


En este momento, se comienza a agregar, poco a poco harina hasta conseguir una masa que se vaya desprendiendo de las paredes. Ha de quedar un poco blanda porque en función de la cantidad de harina añadida serán lo duras o secas que nos puedan quedar las rosquillas. 
A continuación se van formando rosquillas del grueso de un dedo meñique (en mi caso, parece el dedo meñique de un gigante) y se van friendo en abundante aceite, cuando esté poco caliente para que se hagan por dentro. 


Se aumenta el calor para que se doren y se retiran del recipiente con una espumadera, colocando un papel secante para eliminar el exceso del aceite.

Si se quiere, se puede añadir azúcar glas para espolvorear sobre las mismas.


Como garantía de éxito, únicamente indicar que es una receta de Maria Luisa García, en Asturias toda una institución, recogida dentro del segundo volumen de "El arte de cocinar". 
Por cierto, de cantidades, salieron unas cuantas, dos platos grandes bien llenos, aunque en mi casa dieron buena cuenta de ellas... ¡a mi bebé le encantan!
Espero os guste y os animéis a intentarlo.


sábado, 21 de febrero de 2015

El monte de las ánimas (leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer)

  La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.
     Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.

     Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.

     Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.

     -Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.

     -¡Tan pronto!

     -A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.

     -¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?
  


     -No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.

     Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia.

     Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:

     -Ese monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.

     Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.


     Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.

     Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.

     La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.

     Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.

     Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso: Beatriz seguía con los ojos, absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.

     Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.

     Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.

     -Hermosa prima -exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban-; pronto vamos a separarnos tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.

     Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.

     -Tal vez por la pompa de la corte francesa; donde hasta aquí has vivido -se apresuró a añadir el joven-. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?

     -No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo... que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.

     El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:

     -Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo ante todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?

     Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.

     Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volviose a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste monótono doblar de las campanas.

     Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo:

     -Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.

     -¿Por qué no? -exclamó ésta llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre las pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro... Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:

     -¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?

     -Sí.

     -Pues... ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.

     -¡Se ha perdido!, ¿y dónde? -preguntó Alonso incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.

     -No sé.... en el monte acaso.

     -¡En el Monte de las Ánimas -murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-; en el Monte de las Ánimas!
     Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda:

     -Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendentes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor, hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir del peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche... esta noche. ¿A qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.

     Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores:

     -¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!

     Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía, movido como por un resorte se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:

     -Adiós Beatriz, adiós... Hasta pronto.

     -¡Alonso! ¡Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.

     A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.

     Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.

     Había pasado una hora, dos, tres; la media noche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.

     -¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen.

     Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.

     Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.

     -Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.

     Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad.

     Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar: nada, silencio.

     Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscuridad, las sombras impenetrables.

     -¡Bah! -exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho-; ¿soy yo tan miedosa como esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conseja de aparecidos?

     Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.

     El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por las ánimas de los difuntos.

     Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.

     Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca; blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!
     Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las Ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.

viernes, 13 de febrero de 2015

Parque de Salburúa (Vitoria)

Hace unos meses pasamos un par de días en Vitoria. Teníamos muchas ganas de conocer esta pequeña ciudad de la que habíamos escuchado acerca de sus catedrales, siendo la catedral vieja inspiración para una de las entregas de Los pilares de la tierra de Ken Follet, la ciudad peatonal, muy cuidada, limpia y con un alto respeto al Medio Ambiente. Sin embargo, como íbamos con el tiempo justo, sólo pensábamos ver un poco el centro, tomarnos unos pintxos, disfrutar de los parques con un bebé que empieza a caminar (sí, justo ese día!)...

Por eso cuando volvíamos de visitar la ciudad hacia el parador y decidimos parar a conocer el parque de Salburúa nos maravillamos tanto. No habíamos leído nada acerca del mismo porque quedaba fuera de lo que creíamos que íbamos a poder ver.

Salburúa es una zona húmeda que incluye varias lagunas, prados y robledales. Por lo visto, esta zona hace unos años se había desecado para cultivo y poco a poco ha ido recuperando su ser inicial, es decir,vuelve a ser un humedal, premiado incluso a nivel europeo dentro de la Red Europea Natura 2000.  

Además de la gran diversidad de aves que habitan las lagunas, motivo por el cual ornitólogos de toda Europa se acercan a este humedal a observarlas, Salburúa posee 9 km de caminos que recorren el parque lo que hacen que sea un parque muy visitado por habitantes de Vitoria que tan solo a unos pocos km pueden disfrutar de la naturaleza, las aves y los ciervos.




Era justo la parte que nos faltaba para completar el fin de semana, un ruta disfrutando la naturaleza. No me lo podía creer, que afortunados los vitorianos. Estuvimos en uno de los observatorios de aves que dan a la laguna y luego nos acercamos al centro principal, pasando al lado del auditorio Fernando Buesa y el edificio Caja Vital. No sé a vosotros, pero a mí, a pesar de ser estructuras modernas, con acero, me parece que no desentonan en el entorno, se asemajan un poco a matorrales o nidos, ¿no creeis? 

Que lujo de atardecer

Edificio Caja Vital en primer término y Fernando Buesa Arena en segundo 

Detalle del observatorio de Ataria

Como siempre, para dar fe de nuestro paseo por el mismo, os incluyo una foto con la niña, que intentaba llevar ella el carrito, ¡cabezona! Le encanto ver los ciervos, las cigüeñas, los patos... Lo recomiendo especialmente con niños.







miércoles, 11 de febrero de 2015

Siempre merece la pena

Cierta vez en la que un científico anciano se paseaba por una playa al despuntar el día, divisó a lo lejos a un joven que parecía bailar entre la playa y la arena.
El anciano se dijo: "Voy a acercarme a este joven que parece celebrar con tanta alegría la llegada de un nuevo día".
Al llegar hasta donde estaba el joven se dio cuenta de que el joven recogía estrellas de mar de la arena y las lanzaba de nuevo al agua.
El anciano entonces preguntó: "Disculpe joven, pero ¿por qué hace Ud. eso?",
a lo que el joven respondió: "La marea está bajando y las estrellas están quedando atrapadas en la arena, Yo las devuelvo al mar".
El anciano exclamó: "Pero eso no tiene ningún sentido, la playa es enorme y son demasiadas estrellas".
El joven entonces se dobló, recogió una estrella, la lanzó al mar y respondió: "para ésa, tuvo sentido".
Reflexión 
¿Que intenta explicar este cuento? Muchas veces somos nosotros mismo los que nos ponemos límites ante un gran reto, que requiere gran esfuerzo, preferimos escondernos tras el miedo a no conseguirlo y rendirnos sin intentarlo. En el cuento se intenta transmitir que cualquier acción, hasta la más pequeña que contribuye a ese reto es un paso para conseguirlo, es una diferencia en sí mismo. Dividiendo tu reto en pequeños logros, cumpliendo objetivos, podrás acercarte a tu reto, pero no te rindas, que el tamaño del mismo no te desmotive para ir avanzando con pequeños pasos. 

sábado, 7 de febrero de 2015

Chorizos a la sidra

La receta que os traigo hoy es una tapa típica que encontraréis en cualquier sidrería o bar de Asturias. Más sencilla de hacer no puede ser, pero como todo, tiene sus truquillos para que el plato salga mejor. En este caso, es evidente que el producto que usemos y su calidad determinará el gusto en el paladar. 

Sidra natural de manzana
Nada de la sidra achampanada que he visto (¡qué herejía!) en algún caso. La podremos encontrar en los supermercados, en mi caso la compramos en el Mercadona (y vivo en la provincia de Madrid), ya veis que no es difícil de encontrar y además, Menéndez, que no está nada mal.

Chorizos

Es muy importante la calidad y la curación de los chorizos. Lo ideal es utilizar chorizos poco curados, para que queden más jugosos. Estos son asturianos, elaborados artesanalmente en San Julián de Bimenes por una tía de mi marido, calidad garantizada, jeje. 

Así que con esta materia prima, los chorizos a la sidra quedaron de primera. A continuación os pongo la receta para quien se anime. 






Ingredientes:


• 4 chorizos.

• 1 botella de sidra natural.

Elaboración:


Comenzamos pinchando cada chorizo unas cuantas veces para que suelten la grasa durante la cocción.





Ponemos los chorizos enteros, en una cazuela y los cubrimos con sidra natural. Yo vierto el contenido completo de la botella.